Soy un viajero, eso lo sé. Siempre lo he sido, aunque en los últimos tiempos y sobre una bicicleta, he cruzado un punto de inflexión para el que ya no hay vuelta atrás. Tanto mejor para mí. Nací en Uruguay, crecí en Argentina y he pasado en España los últimos quince años.
Itinerante intermitente, me gusta decir. Aunque cada vez la intermitencia es más continuada y amenaza con convertirse en hábito. Siempre ha de mirarse más allá, en busca de esa utopía que tan bien conocía Eduardo Galeano:
“… está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos…”
Y así voy caminando. Sin prisa, sin nada que me retenga, sin nada que me llame salvo esa utopía que me he lanzado a perseguir tantas veces.
Una utopía que siempre ha sido solidaria, aunque la solidaridad no siempre haya sido consciente. Más bien ha sido natural. Crecí con ella; estaba en casa, con nosotros y era lo normal. Desde 2015 me la llevo en bicicleta a recorrer buena parte de Europa y en este 2017 vuelve a viajar conmigo. Bajo la bandera de un proyecto solidario el mundo tiene más sentido y la dureza del viaje se vuelve más soportable.
Desde que empecé a viajar en bicicleta he pasado hambre, he pasado frío y he recibido más muestras de solidaridad de las que podría agradecer, incluso por parte de personas que ni siquiera hablaban mi idioma. Esta es una rueda que debemos mantener girando.
También sé que soy un soñador empedernido, y que en estos tiempos de materialismo enloquecido, la mentira de que uno vale lo que tiene puede hacer parecer que valgo muy poco. Pero siempre habrá lugares y personas para los que un sueño siga siendo el tesoro más valioso del mundo.
Y entre ellos estoy yo: Néstor Yuguero.